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“Más allá del hambre y la pobreza rural, un proyecto de vida en el campo”


Por: Agustín Zimmermann, Representante de la FAO en Ecuador

Consumidores desinformados, una migración campo-ciudad creciente causada por la pobreza rural; falta de acceso a recursos productivos; conflictos y crisis climáticas han repercutido directamente en la alimentación y la agricultura.

Los desafíos son claros, pero, ¿qué estamos haciendo para reducir el impacto de estos factores en los procesos de desarrollo y la necesidad de garantizar una producción de alimentos para satisfacer la demanda de una población creciente? El análisis de la relación campo – ciudad está estrechamente vinculado a nuestra seguridad alimentaria.

Los acontecimientos de los últimos días son una llamada urgente a atacar la raíz de estos problemas: la pobreza rural, que es la expresión de la desigualdad entre el campo y la ciudad y de la falta de oportunidades y de un abandono del medio rural.

Paradójicamente, la población rural, en donde se concentra la mayor cantidad de mano de obra agrícola, presenta los mayores índices de pobreza y desnutrición a nivel mundial. Datos del último informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y Agricultura (FAO) sobre el Panorama de la pobreza rural en América Latina y el Caribe (ALC) demuestra que uno de cada dos habitantes del sector rural es pobre, y uno de cada cinco, es indigente. ALC había tenido un repunte en la reducción de la pobreza en el periodo comprendido entre 1990 y 2014. No obstante, en el 2016, se registró un aumento alarmante de dos millones de personas en situación de pobreza.

En este sentido, la contribución de la ruralidad a la agricultura y a la seguridad alimentaria implica un análisis más profundo sobre la generación de oportunidades de desarrollo del campo para garantizar el derecho a la alimentación. Es así que, establecer el vínculo entre los problemas de nutrición y alimentación con la pobreza rural es necesario para identificar las brechas entre el campo y la ciudad.

La falta de oportunidades y el abandono del medio rural deben abordarse de manera seria y conjunta entre el sector público y privado para generar una cohesión social armoniosa y equilibrada, reconociendo el trabajo agrícola como un medio de subsistencia principal en la economía nacional.

En el 2015, los Estados miembros de las ONU se comprometieron con 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), con el fin de garantizar un mundo más justo, próspero y pacífico para las generaciones presentes y futuras. Precisamente, los dos primeros objetivos de esta agenda internacional hacen referencia al Fin de la Pobreza y el Hambre Cero; y esta coincidencia en su priorización responde a que partir de ellos, se despliegan otros derechos de las personas como acceso a salud y agua limpia, medios de vida, trabajo decente, la reducción de desigualdades entre otros. Entonces, si no abordamos el desafío de la pobreza y la malnutrición es muy difícil lograr los demás ODS al 2030.

Pero más allá de esta visión transformadora y el compromiso de la comunidad internacional, necesitamos generar opciones que brinden soluciones a la población más vulnerable frente a estos grandes desafíos. El trabajo pendiente va más allá de trabajar por eliminar el hambre y la pobreza, implica un abordaje aún más complejo, de identificar alternativas para transformar el campo, generar proyectos productivos innovadores y gestionar responsablemente los recursos naturales.

Desde esa visión intersectorial, la gestión de los gobiernos nacionales debe plasmar programas que fortalezcan las capacidades institucionales del Estado, cubriendo las zonas más sensibles, en donde la participación ciudadana es débil, pero en donde sus aportes constituyen la clave para dar soluciones definitivas a los problemas del campo al potenciar las economías rurales.

En el caso de Ecuador, el país ha dado pasos importantes en esta materia, al garantizar la soberanía alimentaria en su Constitución. Además, cuenta con programas emblemáticos de apoyo a la Agricultura Familiar y Campesina, así como, ha iniciado un proceso de revisión del Programa de Alimentación Escolar, que busca alinear políticas nacionales de nutrición con el fortalecimiento del sistema productivo y el desarrollo de oportunidades laborales en el sector rural.

Por lo tanto, es importante reconocer que los esfuerzos realizados hasta ahora, deben continuar con un enfoque en el diseño de productos diferenciados tales como; créditos adaptados a las capacidades rurales que faciliten la generación de emprendimientos con base a la producción agrícola, la promoción del turismo comunitario, la conexión de mercados con una visión de la agropexportación; lo que permitirá contar con oportunidades de auto empleo y considerar a la ruralidad como un proyecto de vida y de crecimiento social y económico.

Estamos en un momento, a nivel global, en que las decisiones políticas, los aportes de la cooperación internacional y las contribuciones de todos los ciudadanos son decisivas para resolver los problemas que afectan a más de 820 millones de personas que aún padecen hambre; y hoy, que celebramos el Día Mundial de la Alimentación, desde la FAO hacemos un llamado en favor del Hambre Cero, por una sociedad en la que haya alimentos nutritivos y asequibles para todas las personas en todas partes; pero que sin un desarrollo agrícola y rural integral no será posible.

La transformación de los sistemas alimentarios es crucial para alcanzar todos los Objetivos de Desarrollo Sostenible y es momento de actuar, porque nuestras acciones de hoy son nuestro futuro.

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